miércoles, 13 de enero de 2010

El malestar en el museo (… y a esto le llaman arte)

Miguel Ángel Martínez

Pasando la entrada y subiendo al primer piso uno se encuentra este amenazador avispón que de lado parece una ballena ¿Enigma? El lugar no es otro que un museo. (el lector se puede estará oliendo que efectivamente hemos aceptado el reto como enigma). Reconocemos entonces la actitud que recorre a todos los sujetos. Cada uno, a su manera se dispone a contemplar. Quizás fuera más oportuno dedicarse a seducir y a murmurar al oido de otro, pero no parece que sea siempre el caso. Hay una disposición más o menos calmada, una ascesis.

La marca de la renuncia da el ritmo de los pasos casi sonámbulos de la población del museo. ¿Qué importa que sea renuncia? Importa para el significado. Nuestro avispón quizás se convierta, se haga significativo al término de esta nota. Es una aviso para dejar de leer.
En Grecia, dice Foucault, la sexualidad no es sexualidad. No hay aún esta ética a la baja que más que ganar es un intento por no perderlo todo al siguiente paso (la nuestra en palabras de Ortega). Los griegos se guiaron también por la ascesis. Renuncia, pero no para deambular sino para entrar en comunidad. ¿Qué podemos decir de esta práctica ética en relación al significado? En el museo no parece que haya demasiada comunidad, es más bien un lugar de la soledad, de la individualidad. No se va al museo para entrar en comunidad, parece más bien un retiro en grupo. Si hay comunidad, ésta podrá ser después, quizás como queja a una tomadura de pelo. Pero no durante. ¿Para qué la renuncia en el museo?
Pueden ocurrir dos cosas con el espectador, dos actitudes traemos a escena. La primera consiste en entregarse a la renuncia y tratar de desvelar el enigma. Son los usuarios que después se quejan porque el enigma ha sido infranqueable: la obra es por tanto basura. El rendimiento del enigma, cuando se mantiene como tal es, para muchos, solamente una queja. Se plantan en presencia de y desencantados por no lograr desvelarlo se quejan. Es el fracaso del significado, no consiguen elaborarlo
El mito de Edipo es el mito de cazador de enigmas. Llega ante la Esfinge y descubre lo que hay más allá. Todo espectador acude al museo con el ímpetu de Edipo; no todos son capaces del incesto. Uno de las tradiciones que ha recorrido a occidente no es otro que lo que Hegel ha llamado el malestar de lo simbólico, la necesidad de desvelar, de aplicar la fórmula S/s al enigma. Busar debajo del significante un significado. El espectador que va a desvelar lo hace aguijoneado por este malestar.
La otra forma de proceder es cierta tolerancia a este malestar. Permanecer en el cuadro y mirar. No se trata quizás, tanto de descifrar como de permanecer ante el enigma sin tratar de descrifrarlo y entregarse a la mirada. Hay ciertos tropos que permiten elaborar la mirada, ver entonces lo que no veíamos, cambiar los objetos. Este espectador se parece al mentiroso: crea realidades. Falstaff siempre consigue construir una imagen exitosa de sí mismo cancelando la realidad misma. He can absolutelly deny consecuences. Este tipo de espectador se desplaza seducido por su propia palabra haciendo cambiar la imagen (más aún, viendo, -o escuchando- la imagen). De alguna manera su decir rompe con cierta causalidad de la visión. El fantasma del melancólico, la ausencia (o abandono) del enamorado son tropos (la ausencia en lugar de la cosa) que recrean una y otra vez la cosa por via de la negatividad. El objeto del melancólico es algo que ha perdido, una pérdida constante. En las cosas no ve las cosas sino la ausencia. Negatividad de la cosa. La visión, sorprendentemente responde a esta forma de pensar. El espectador que renuncia a desvelar el enigma se desliza por la superficie.

El reto es entonces el siguiente: ¿Qué hace una ballena en el MOMA? Respuesta: no es una ballena: es la barra del significante colgada en medio de una sala enorme. ¿Barra del significante? En la formula S/s hay dos términos, y un tercero que permanece sin significado. El signo como una relación entre significado y significante se sostiene sobre una barra cuyo significado es del todo ajeno a la formula. “La barrera que separa al significante y al significado está ahí para mostrar la imposibilidad del signo de producirse en la plenitud de la presencia” (Agamben. Presencias. Pre-textos. Pp 261). Hay una ausencia que es condición de posibilidad del signo (“Así el signo se manifiesta en primer lugar como asesinato de la cosa” Didi-Huberman. Lo que vemos y lo que nos mira. Pp52). Desaparece la cosa y surge el signo. El signo está en lugar de una ausencia y no en lugar de la cosa. Dos cuestiones entonces:
i) ¿qué es una cosa si sólo es presentable bajo un signo que señala justamente su ausencia.
ii) ¿qué tiene que ver la renuncia con el signo y con la cosa?
Solo añadimos respuesta (parcial) a la segunda cuestión: La renuncia es el desprendimiento de la cosa sea esta un objeto de fuera o un fantasma de dentro. Renuncia y significado. ¿Qué relación hay entre estos dos términos? ¿Se corresponden con la barra del significante? Acaso esa barra colgada en el interior del MOMA no representa la forma del espectador, la mirada significativa? La enfermedad del espectador que convierte en significativo el enigma: el malestar ante lo simbólico.

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