lunes, 12 de octubre de 2009



he ido a ver Malditos Bastardos de Quentin Tarantino. Me ha asqueado. No es, por mi parte, ninguna reacción a la violencia hiper-realista que despliega en la película. Eso forma parte, finalmente, del “tratamiento Ludovico”, esto es, se trata de un gesto ortodoxo. Lo que me parece completamente inaceptable es transformar la Historia es una tontería superlativa. Si algo es ESENCIAL para entender el crimen nazi es que los judíos NO PODÍAN defenderse, fueron despojados de todo, transportados de la forma más cruel y asesinados despiadadamente. ¿Qué pretende Tarantino cuando imagina una cuadrilla de judíos convertidos en justicieros en el territorio francés ocupado? Todo, sin excepción, es sometido a la más estrafalaria humillación en esta película nefasta: desde la resistencia francesa a los que murieron en los campos de concentración. El protagonista es un “apache” y el amante de la judía propietaria del cine es un negro en París. Tal vez piense este director regresivo que la provocación es el mejor camino para sostener la ficción o ganarse al público. Lo malo es que todo lo que propone no es otra cosa que una indecencia. Esta película solo acierta en el título que se vuelve “reflexivo”. ¿Por qué no tomó este idiota monumental a su padre y a su madre como pre-textos para un sarcasmo fílmico?¿Que le parece pensar que violaran a su madre repetidamente y a su padre le obligaran a contemplarlo para luego reventarle la cabeza con un bate de béisbol? Es fácil para un norteamericano imaginar a un apache como un héroe vengador pero, ¿piensan lo mismo los diezmados o casi inexistentes herederos de los indios? En la época de la Pax Obamiana la mecha fílmica la puede encender un negro pero la historia segregacionista americana está rodeada por el tabú. El chiste, como Freud propuso, tiene relaciones estrechas con el inconsciente e incluso, como ha sostenido más recientemente Paolo Virno, puede estar integrado en la acción política. Pero, en el caso de Tarantino, todas las bromas son chuscas. Terminé pensando que, al acudir al cine, me había vuelvo un cómplice silencioso de lo nauseabundo. De la misma forma que no soporto los chistes machistas o las bromitas que toman como “protagonistas” a gays, tartamudos o negros, siento el rechazo visceral a la forma de plantear esta inverosímil “revancha contra la Historia”. Ni sucedió ni pudo suceder. Lo que paso no es, ni mucho menos, algo inefable o sublime negativo. No pretendo como Lanzmann una ceguera del imaginario ni me interesa tampoco el literalismo reconstructivo. Pero cuando alguien se aproxima a uno de los FUNDAMENTOS DE LA MODERNIDAD (lo que, sin duda, es el campo de concentración y el destino de los judíos en la despiadada época del nazismo) reclamo, aunque esto suene dogmático, honradez y comprensión. Si es posible la catarsis de Auschwitz no será en la forma de una comedia desaforada. En realidad a esa bastardía ni siquiera le cuadra el calificativo de lo cómico, algo que si supo desplegar Begnini en La vida es bella que, a la postre, es un drama que deja una herida en el corazón. La svástica que deja marcada en las frentes de los “nazis” Brad Pitt es una gran mentira. Tarantino desconoce la potencia profunda de los símbolos y así se comporta no tanto como un niñato sino como un infante que pensara que lo mejor que puede decir es “caca, pedo, culo, pis”. NO TIENE NADA QUE DECIR y, sin embargo, se permite abordar un tema que ni entiende ni, como ha demostrado, es capaz de, por lo menos, respetar. Una vez más el imaginario del cine americano ha perpetrado un documento de su IMPOSTURA. Lo malo no es que los norteamericanos sean incapaces (como pasa en la película) de hablar otras lenguas sin que se les pille, lo peor de todo es que son incapaces de dejar de intentar hablar en el lugar de los otros. La transformación vengadora de los judíos deshonra a todos los que fueron asesinados e imagino que no hará ninguna gracia a los supervivientes y a su descendencia. En cualquier caso, estos “capítulos” de la infamia fílmica son el testimonio de un momento desmemoriado de la cultura, cuando el tono punk es pacotilla para el marketing, manifestaciones de una falta completa de ideología y, en el abismo de todo entusiasmo posible, una cruda demostración de que las bromas pueden ser muy pesadas.

2 comentarios:

  1. Por lo que escribes parece que esperabas que la película de Tarantino cumpliese con una lógica del relato similar al documental o a la prensa (si es que esta puede aspirar a algún tipo de retrato de la realidad). Pues bien, ¿tiene el cine que seguir la lógica de la narración que sigue la historia o acaso tiene categorías propias que no la obligan a tales reglas?

    Si el cine tiene alguna independencia de las lógicas de la prensa y el documental entonces reclamar a esta disciplina ajustarse a los hechos, a la memoria "histórica" es como pedir a los sueños que se ajusten a la narración de la conciencia.

    Así que asumo que es posible una independencia del cine. E incluso está por encima de eso que dices: Tarantino, como Estados Unidos no sabe ver más allá de si mismo. Pues bien, esto no tiene por qué ser ningún problema. La experiencia del espectador en el cine no tiene por qué ver más allá de si misma. QUizás el cine naciera como un noticiario proyectado en una sala oscura, es decir, tratando de reproducir el espacio privado del espectador según el modelo de público del noticiario, pero es posible pensar que lo que el espectador vive en esta sala oscura obedezca a categorías particulares diferentes de las de la calle. De manera análoga, en el diván es posible este tipo de lógica que no se ajusta a la de la experiencia pública. En el cine, hay una disposición particular del espectador respecto al relato de la película; el sujeto no enfrenta la narración desde su pertenencia a un grupo sino desde cierta soledad. Tratar de construir un espectador según las categorias de lo público supone disolver la esperiencia del espectador. La veracidad con la que no cumple Tarantino y que exiges,no supone sino introducir en el cine categorías que no tienen por qué funcionar en la expereincia privada del espectador. Que Tarantino no sepa ver más allá de sus zapatos no es tan problemático como has escrito. Tratas de leer la película como si se tratara de un artículo de prensa. La libertad que se toma Tarantino a la hora de construir un relato no es más que un tipo de relato, un tipo de mentira o un juego, contra el cual el espectador tiene que construir su propia subjetividad. Pero a diferencia de lo que dices, no creo que se pueda privilegiar, dentro de la experiencia del cine, un tipo de relato sobre otro. Desde esta perspectiva, la verosimilitud no tiene por qué ser preferible a la mentira.

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  2. Cuanto me alegra coincidir contigo(la última vez que nos vimos sólo me distes ostias como panes con lo del doctorado en aquella horrible sala de torturas que es la sala Sócrates. Benditas ostias, digo ahora). Cuando ví aquí en Mérida la película con amigos, me sentí muy triste al ver que estaban entusiasmados con el bodrío de Tarantino, ¡qué soledad más desagradable!
    Sólo no estoy de acuerdo contigo en una cosa: no es falta de ideología, es toda una ideología banalizar el dolor del otro, que no es sino la ideología optmista de nuestro tiempo. Ideología emoal que yo la llamo: "sufre en silencio y échate cremita en el ojete". Hoy, en general no se puede hablar del dolor, y si lo haces, será banalizado al punto.

    Todo aquel que haya sufrido las hemorroides sabrá que no tienen ni puta gracia.

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